LA VOZ DE LA SALUD / El dolor de espalda se ha vuelto crónico: «Si la persona vive pensando que cualquier movimiento le va a doler más, dejará de hacer cosas»/

El sedentarismo, el envejecimiento de la población y una excesiva medicalización explican parte del problema de salud
Galicia es la comunidad autónoma en la que sus habitantes refieren más dolor crónico de espalda —aquel que supera los tres meses de duración—, tanto cervical como lumbar, según la Encuesta Nacional de Salud que el INE acaba de publicar. Por sexos, se trata de un problema con mayor prevalencia en la mujer en todos los grupos de edad; y en relación a la actividad económica que desempeña la persona, los desempleados, los jubilados y los incapacitados presentan cifras más elevadas de cervicalgia y lumbalgia que los que tienen un empleo.
Datos que confirman otros estudios. Por ejemplo, el Barómetro de Dolor Crónico asociado a la lumbalgia, elaborado en el 2022 por la Fundación Grünenthal, reveló que esta condición es la causa más común de dolor crónico en España. Galicia, de nuevo, aparecía de primera.
Es tan común que, a nivel nacional, es la principal causa de incapacidad laboral en personas menores de 45 años. Este ecosistema de cifras ha hecho que se describa como un problema de salud pública.
El proceso que lleva a que un dolor se vuelva crónico no sucede de la noche a la mañana, sino que se trata de toda una amalgama de circunstancias que perduran en el tiempo. Así, una molestia aguda que puede producirse a raíz de una mala postura o de un tirón se convierte en una condición que convive con el paciente durante meses. Son varias las razones que conducen a esta situación. Por un lado, se encuentran los problemas físicos que nunca se llegan a resolver. «A veces, una lesión no se cura del todo bien, los discos de la columna se van desgastando más de la cuenta, los músculos de la zona lumbar y abdominal se quedan flojos, o hay una hernia de disco o un estrechamiento del canal que no se arreglan», expone el doctor Manuel González Murillo, socio de la Sociedad Española de Columna Vertebral GEER y Vicepresidente de la Sociedad Española de Cirugía Percutánea y Endoscópica de Columna (Secpec). Cuando el cuerpo no es capaz de recuperar su función, el dolor se instala.
El día a día y el trabajo también mella. Un empleo que exige mucho a nivel físico, donde hay una buena ergonomía «o incluso no estar a gusto en el trabajo, pueden hacer que el dolor no se vaya», plantea el cirujano. Es más, las bajas laborales, al aislar a la persona, pueden alimentar el dolor y no siempre resultan beneficiosas.
Para el experto, la mente juega «un papelón»: «La ansiedad, el estrés, sentirte deprimido o ese miedo a moverse — conocido como kinesiofobia— influyen muchísimo», destaca. El cerebro, en un intento de proteger a la persona, puede amplificar las señales de dolor, aunque la causa inicial ya no exista. «Si la persona vive pensando que cualquier movimiento le va a doler más, dejará de hacer cosas, y eso lleva a que los músculos se atrofien y duela aún más», describe el doctor González Murillo, haciendo referencia a un claro círculo vicioso. Así, cuando el dolor se vuelve crónico, el sistema nervioso se desajusta y se puede hacer más sensible. «Es como si el "termostato del dolor" se estropeara y reaccionara de forma exagerada a cosas que antes no dolían nada», detalla el cirujano.
Incremento de casos
La prevalencia del dolor crónico de espalda ha ido en aumento. Fernando Ramos, presidente de la Asociación Española de Fisioterapeutas y secretario del Colegio de Galicia, describe este incremento como el resultado de la «tormenta perfecta».
Por un lado, «hemos exiliado a nuestro organismo al sedentarismo, y esto conlleva a unas enfermedades de carácter crónico, no solo lumbalgia, sino también dislipemias o hipertensión arterial», cuenta. La falta de movimiento debilita los músculos de la espalda y del abdomen, «que son la base de una buena postura y de proteger la columna», precisa el cirujano. A la falta de movimiento, se suman, en muchas ocasiones, trabajos con movimientos repetitivos o que implican mantener la misma postura durante mucho tiempo. Quien no se mueve es más propenso a lesiones y a sobrecargas. La obesidad y el sobrepeso añaden presiones a la columna lumbar, sobre todo, a los discos y articulaciones, lo que acelera el desgaste.
Por otro lado, cada vez se viven más años, y con ellos, llega un mayor riesgo de achaques. «Las enfermedades degenerativas como la artrosis de columna o el desgaste de los discos son más comunes. Pero no es solo el envejecimiento en sí, sino cómo lo vivimos», indica el doctor González Murillo.
A los factores biológicos, se suman los psicosociales. «Una de las cuestiones que precipita la cronicidad es la patología mental asociada en forma de estrés, de ansiedad o de depresión», indica Ramos, que añade: «Que el dolor de espalda esté creciendo al ritmo que crece lleva asociado un sufrimiento también desde la esfera psicológica». Se asocia, a su vez, la importancia del código postal, «pues se sabe que el dolor lumbar impacta más de forma más significativa a personas con menores recursos», apunta.
El estrés de la vida moderna no solo empeora el dolor, sino que puede ser el detonante. «Con el ritmo de vida que llevamos, no es raro que el dolor, y el de espalda en particular, sea tan común», comenta el especialista en la columna vertebral.
Una excesiva medicalización también forma parte del problema. Como cirujano, el doctor González Murillo observa que, con frecuencia, este fenómeno se da en el dolor de espalda, «especialmente al principio o cuando no es algo complicado», describe. Como es lógico, cuando alguien tiene mucha molestia, quiere una solución rápida.«Y esto, a menudo, lleva a que le receten analgésicos, antiinflamatorios, relajantes musculares e incluso, a veces, opiáceos», señala. Medicamentos muy útiles, que tienen su sitio en la clínica, pero que no van a la raíz del problema. Así, cuando el abordaje se centra en la medicación «nos centramos en el síntoma y no en lo que lo está causando; se puede generar una dependencia a los fármacos y puede traer efectos secundarios indeseables; dejamos de lado la rehabilitación y el ejercicio y se hacen demasiadas pruebas de imagen», expone el cirujano.
Precisamente, al contrario de lo que se suele pensar, someter al paciente a muchas pruebas no siempre es beneficioso. Mucha gente sin dolor y con una percepción de vida saludable puede tener protusiones o hernias que no molestan en su espalda, «y pueden llevar a interpretaciones erróneas y a una preocupación innecesaria, sin que estos hallazgos sean la verdadera causa del dolor», detalla el especialista que, incluso, siendo cirujano, reconoce que operar la espalda siempre tiene que ser el último recurso. «Solo lo hacemos en casos muy concretos, cuando el tratamiento conservador no ha funcionado y hay una compresión clara de un nervio o una inestabilidad importante», precisa. Antes de llegar a ello, se debe priorizar un enfoque integral que incluya ejercicio, fisioterapia y aprender a manejar el estrés. Si fuese necesario también se podrían valorar las infiltraciones o tratamientos menos invasivos.
En materia de prevención
Si de prevención se trata, una de las estrategias con mayor evidencia es la práctica de ejercicio físico y una reducción de la exposición a agentes tóxicos. «Hay una relación muy estrecha entre el consumo de tabaco y el dolor lumbar», reflexiona el experto, que continúa: «Necesitamos movernos más, cambiar de postura y romper un poco con los círculos viciosos posturales en los que nos pasamos muchas horas sentados».
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